jueves, 30 de julio de 2009

Sin Titulo

¿Por qué lloras odio? ¿Por qué no podes llorar tristeza? ¿Por qué no podes llorar tristeza hasta que limpies tu alma y tu dolor? ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hice? ¿Por qué todo es tan grave? ¿Por qué vivir siempre de mal humor, amargado? ¿Por qué pelear con cualquiera que piense diferente?
Destruime, te dejo, atormentame te lo acepto.
Te desdibujas, perdes la forma. Ya no reis, no conmigo. Te alejas, te pierdo, te extraño. Te busco, te encuentro y sos un monstruo y duele y me alejo. te veo tan solo, tan enojado.
¿Qué es lo que pedis? No entiendo tu idioma, ¿Pedis mi alma? ¿Pedis que me entregue a ciegas a tu mundo? ¿Que entre en la oscuridad? ¿Que camine a tientas tu camino?
No puedo hacerlo, tu camino no es el mio. Lo único que intento es ser feliz. Lástima que eso te duela tanto. Lástima que me odies porque mi felicidad no es la tuya, porque no acepto tu forma de ver el mundo. Gritá si querés pero mis oidos solo escuchan la música y mi alma está en paz.

martes, 28 de julio de 2009

El Viaje


Las cáscaras de limón reposaban en la mesa llena de mugre. Los estómagos ya no estaban tan pesados. Estaba lloviendo desde hacía dos días, el tiempo justo de preparación. Por suerte en ese momento la lluvia había cesado, el sol se asomaba por atras de la nubes y permitía sacar las cosas mojadas a secarse.
Las raspaduras y cortes de la montaña ya estaban sanando, todos los trámites finalizados.
Fue duro: La exploración en la montaña virgen, la lluvia que los sorprendió de golpe. La mudanza de pueblo bajo el torrencial y lo que fue armar la carpa con todo inundado bajo la lluvia. Encontrar leña seca para 7 horas de cocción, lograr que el fuego no se apague...
Pero ahora todo eso había pasado y sólo quedaba explorar.
Se sentaron los cuatro en la mesa, mirándose a los ojos, como buscando en el mar de enfrente la respuesta del propio tsunami. Poco a poco la distracción los fue llevando a cada uno por su lado.
Mientras ella compartía un paquete de galletitas con un perro amigo, los chicos tocaban la guitarra o se tiraban al suelo con los ojos cerrados.
La música comenzó a sonar lejana, alegre, y ella no pudo contenerse. Tuvo que ir a buscarla para llegar a su raíz, a esos timbales. La noche se estaba acercando, el cielo estaba cada vez mas negro y menos naranja. Ella sentía que esa música era su música, por eso necesitaba encontrarla sola. Sin pensarlo, se levantó y empezó a caminar hacia ella.
El pasto le llegaba a las rodillas, los sapos pasaban a su alrededor, pero por más que le llamaban la atención no podía detenerse. Una fuerza la hacía caminar hasta encontrar el inicio.
En el medio de la nada, del todo de árboles se encontró de golpe frente a esa energía y la reconoció. Se había metido en su interior y la miraba a los ojos. Se odió a sí misma, se amó, se compadeció, se lloró…Y la Pachamama en frente, la madre suprema, mirándola a los ojos, le ofreció alivio y le curó las heridas. De golpe reaccionó en que ya no había música. Ahí estaba el final y el principio de todo. Frente a ella, erigido con nobleza, el único, entero, sobreviviendo con orgullo.

martes, 14 de julio de 2009

Rutina

Y hoy me enfrento a ese monstruo otra vez. Sus tentáculos me amenazan. Sus colmillos me saborean aunque todavía no me alcanzaron. Camina lento, midiéndome, tanteando el terreno. Ese monstruo se me acerca y aleja, viene y se va. Olfatea el miedo en mi piel, la desesperación.
Salió de golpe de atrás de ese ropero marrón, ese que está en la esquina de la habitación, un poco arruinado por el paso del tiempo. Ese ropero que estuvo siempre ahí, desde que tengo uso de razón.
Él ya se alejó unos dos metros del ropero y está dos metros más cerca de mí. Podría correr hacia la puerta entreabierta, pero qué ganaría, ya sabía yo que no había forma de escapar de la situación. Él estaba ahí decidido a devorarme y no había nada que hacer, por más que lo intentara mis piernas estaban clavadas al piso y no podía sacar mis ojos de los suyos, me tenía hipnotizada.
La última vez pensé que lo había matado para siempre, que nunca volvería a atormentarme. Pero ahí estaba, con la baba colgándole de esa boca llena de dientes gigantes. Ahí está resurgido de sus cenizas, bah de las mías. Sus grandes ojos me observan como si pudiesen ver mi alma aterrorizada y muerta de dolor.
¿Lo disfrutará? ¿Conocerá la historia como la conozco yo? Porque yo ya sé lo que va a pasar, siempre lo recuerdo en el mismo instante, cuando ya es demasiado tarde para hacer algo. Se me va a acercar, me va a morder, golpear, rasguñar, masticar, tragar, y luego de todo ese dolor me va a regurgitar, y dejarme hecha pedazos en el piso. Esa saliva tan pegajosa y espesa va a cicatrizar las heridas, volverá a unir mi cuerpo, y él se va a ir desvaneciendo.
Yo ingenuamente volveré a creer que nunca estuvo y que nunca va a volver, hasta que dentro de un mes, como siempre, salga de atrás de ese ropero marrón.
Ese ropero que no quiero tirar porque es una reliquia familiar, porque me gusta tanto. Y porque una vez que el monstruo se desvanece es inofensivo, armonioso y le queda otro mes de vida.

domingo, 12 de julio de 2009

Paranoia

Si se hubiera levantado diferente tal vez no hubiera muerto. Pero cuando abrió los ojos ya eran las 11 de la mañana, el despertador no había sonado y debido a eso iba a llegar tarde a su trabajo. Ya ni valía la pena ir. Cuando se sentó en la cama recordó que tenía una reunión importantísima y sin darse cuenta apoyó primero el pie izquierdo, cuando reparó en ese hecho quedó totalmente desquiciada. Nada bueno podía pasar ese día.
Bajó las escaleras pensando en lo ocurrido, y puso el agua para tomar unos mates, pero no le quedaba más yerba. Entonces fue a prenderle una vela al sagrado corazón de jesús para que la proteja, pero el encendedor ya no tenía gas. ¿Dónde había dejado los fósforos? Los usó para poner la pava al fuego, pero no estaban en ningún lado. Salió a la puerta, tomó el diario, y lo ojeó mientras esperaba que se hiciera el agua. Si no había yerba iba a tomar un té. Llegó al horóscopo, cita obligada en su vida, pero la página estaba borroneada y ahí ya no pudo aguantar. Corrió al teléfono y llamó a su hija.
¿Qué pasa mamá? No te entiendo, hablá despacio. No, no puedo ir, Santi se levantó con fiebre, vení vos. Tomate un taxi y llegas enseguida. ¿Cómo que no te podes arriesgar? ¿Porqué no? ¿Cómo sabés que va a chocar? Dale mamá, tomate un taxi, vení que yo pongo el agua para el mate, bueno, vení caminando, hacé como quieras.
Cortó el teléfono y se fue a bañar. No mejor bañarse no, no sea cosa de resbalar con el jabón. Mejor solo cambiarse, cuidadosamente, lejos de las ventanas, sentada en la cama, muy despacio. Bajó la escalera agarrándose bien fuerte de la baranda de madera y se guardó la estampita en el pantalón.
No llevó cartera porque no quería que se la roben. Cerró bien las persianas, y se acordó del agua. Fue con desesperación a la cocina, el agua había hervido pero estaba todo en orden. Apagó la hornalla, cerró el gas, 3 veces para cerciorarse, agarró las llaves, se hizo la señal de la cruz, y salió a la calle. Cerró la puerta con llave y revisó que la había cerrado bien.
Había sol y hacia calor, pero no le levantó el animo. Sólo tenía que caminar 10 cuadras hasta lo de su hija, pero no aguantaba la tensión. Caminando muy lento, primero un pie, luego el otro, con cuidado, no sea cosa de caerse y desnucarse.
Vio venir desde la esquina un muchacho de unos 25 años bastante desaliñado, buscando algo en el bolsillo del buzo. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, la iba a matar, seguro la iba a matar. Pensó en correr, pero le pegaría un tiro desde donde estaba, así que sólo cruzó la calle, mirando bien para cada lado con mucho cuidado. No se sintió a salvo hasta volver a subir a la vereda. Por su parte el muchacho había encontrado lo que buscaba y pasó escribiendo en el celular.
A ella el corazón le latía con mucha fuerza. Era eso, sí, se iba a morir de un paro cardíaco, por eso todo lo que le pasó. Se sentó en la puerta de una casa a descansar porque sentía que estaba agonizando, pero no, el paro no llegaba más. Decidió seguir hasta la casa de su hija y desde ahí pedir una ambulancia para ir al hospital. Se levantó con dificultad, se sentía tan vieja, tan débil.
Mientras caminaba iba rezando, sólo Dios podía salvarla de la tragedia que le esperaba. Pasó por la puerta de la iglesia a la que acudía todos los domingos y decidió pasar, ningún lugar en el mundo era tan seguro en ese momento como la casa del Señor. Se acercó a la puerta y cuando la quiso abrir se dio cuenta que estaba cerrada.
Era la decisión de Dios, había llegado su momento y ya no quería ayudarla. Él mismo le estaba cerrando la puerta de su propia casa, las señales habían sido claras, y ella las entendió. Escuchó la barrera del tren, y salió corriendo en esa dirección. Le faltaba una sola cuadra, la paz se apoderó de su cuerpo, de pronto vio todo con claridad. Cruzó la primer barrera y se arrodilló mirando de frente al tren. El tren pasó y ella ya nunca más tuvo miedo de morir.

miércoles, 1 de julio de 2009

Desilución


Un Pájaro
Un ala rota
Una caída
Un fin

Una sonrisa
Una Palabra
Una caída
Un fin