Ese odioso monstruo que me tiene atada de pies y manos. Que me maneja constantemente. Ese que no me deja tranquila. El que me persigue a donde voy, mientras me recuerda que soy su esclava, que es imposible escapar, que le pertenezco, que él es dueño de mi vida, y que sin él, lamentablemente, no lograré nada.
El y sus interminables y tortuosos latidos, diciéndome cuando parar y cuando correr, cuándo respirar y cuándo contener el aliento. El y su constante paso ¡tan irritante! Nunca en silencio, siempre latiendo, siempre presente. Señalando, indicando, recordándome todo el tiempo con sus tres manos (¡y menos mal que sólo tiene tres!) que no me debo retrasar, que no puedo dormir cinco minutos más, que no tengo que escuchar otra canción, que de nuevo tengo que correr. El a veces cuadrado, a veces circular, con dibujitos o liso, intenta ocultar su alma controladora, su infernal verdad, su necesidad de que todos le pertenezcan.
El y sus insoportables gritos por la mañana. El que nunca se calla. El dueño de mis instantes, instantes que no tengo, porque él me los robó.
El y sus interminables y tortuosos latidos, diciéndome cuando parar y cuando correr, cuándo respirar y cuándo contener el aliento. El y su constante paso ¡tan irritante! Nunca en silencio, siempre latiendo, siempre presente. Señalando, indicando, recordándome todo el tiempo con sus tres manos (¡y menos mal que sólo tiene tres!) que no me debo retrasar, que no puedo dormir cinco minutos más, que no tengo que escuchar otra canción, que de nuevo tengo que correr. El a veces cuadrado, a veces circular, con dibujitos o liso, intenta ocultar su alma controladora, su infernal verdad, su necesidad de que todos le pertenezcan.
El y sus insoportables gritos por la mañana. El que nunca se calla. El dueño de mis instantes, instantes que no tengo, porque él me los robó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario